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La intolerancia alimentaria: la gran simuladora de enfermedades. ¿Cuándo sospecharla?

La intolerancia a la lactosa es de las más frecuentes

Las reacciones adversas a los alimentos son un problema relevante en la práctica clínica pero pobremente conocidos y manejados, debido principalmente al gran desconocimiento y confusión no solo de los pacientes sino de una gran parte de los médicos.

La intolerancia alimentaria afecta entre un  20 y un 30 por ciento de la población, si bien va en aumento; se da con mayor frecuencia en mujeres y se ha puesto por delante de las alergias alimentarias. Provoca reacciones adversas, bien sea con síntomas o enfermedades, que se desencadenan por la ingestión de un alimento o de algunos de sus componentes.

Tengo dolores de cabeza, al  menos dos veces al  mes, sin encontrar  la causa; me duele la espalda o tengo dolores musculares y/o articulares o contracturas sin causas evidentes; tengo la sensación de hinchazón, flatulencia, digestiones pesadas…

Las descritas arriba son  algunas de las quejas frecuentes de pacientes que llegan a las consultas médicas de Hospital Ochoa, con sensaciones o síntomas inespecíficos, que hacen sospechar que detrás de ellas se encuentra alguna intolerancia alimentaria.

Según el especialista en Digestivo del Hospital Ochoa Marbella, el doctor José Luis Ramos: la intolerancia alimentaria más frecuente es a los carbohidratos.

Pero, ¿cuándo sospechar de la intolerancia alimentaria?

Los síntomas pueden empezar a cualquier edad, con progresivo avance  a lo largo de la vida de forma lenta o de golpe, desencadenada por otra enfermedad, exposición química ambiental o farmacológica.  Entre los más frecuentes se encuentran los digestivos, aunque pueden presentarse prácticamente en todo el cuerpo, ya que sería  muy extenso detallar todos los síntomas.

Las sospechas principales se detectan en las consultas ante las descripciones de los pacientes: sensación de hinchazón, flatulencia, digestiones pesadas, estreñimiento y/o diarrea  después de las comidas; sugerencia de fibromialgia, colon irritable o nervioso; rinitis, laringitis, episodios de asfixia de causa desconocida; dolores de cabeza, al  menos dos veces al  mes, sin encontrar  la causa… Y así hasta una lista innumerable, que en el caso de niños y lactantes hay que sumar, además, a un bajo desarrollo, cólico del lactante, autismo, trastorno de atención e hiperactividad y síndrome de los vómitos cíclicos.

¿Cómo diagnosticar a esta gran simuladora de enfermedades?

Lo primero sería determinar si estamos ante una auténtica intolerancia alimentaria. La dificultad o facilidad dependerá de la variedad de los  múltiples síntomas no relacionados, que pueden afectar a todo el cuerpo, así como del tipo de intolerancia y de su severidad. Además, hay casos en los que los síntomas aparecen rápidamente y otros en los que incluso tardan días.

Entre las herramientas en las que se apoyan los profesionales del Hospital Ochoa, para un diagnóstico fiable, se encuentran diferentes pruebas médicas: sanguíneas, de heces, de orina, de aliento o de imagen… Pero “no estamos buscando alimentos malos, sino cuál es el defecto que provoca el problema en nuestra organismo para adecuar  el tratamiento”, según asegura el especialista digestivo, el doctor José Luis Ramos.

En principio, el Dr. Ramos descarta los test de intolerancia a múltiples alimentos, “por falta de evidencias científicas que lo avalen, ya que buscan una reacción que no es la causante, además a suelen dar falsos positivos o negativos”.

En cuanto al tratamiento: debe ser individualizado  y reajustable en el tiempo a cada paciente según el tipo y la gravedad de la intolerancia alimentaria, las fases que presenta o el  tipo de paciente. Hay que adecuar la dieta, de la forma menos restrictiva posible, para evitar déficit nutricionales, con el menor impacto de la flora intestinal, con el último fin de llevarle a una calidad de vida y una alimentación lo más cercana a la normalidad.

Y la mejor noticia: desde Hospital Ochoa hemos comprobado que con un tratamiento adecuado la sintomatología puede mejorar desde un 60 hasta un 100 por ciento.

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