Los daños que provocan las chanclas a tus pies

El uso de chanclas es muy común en climas cálidos y durante actividades recreativas como ir a la playa o la piscina. Sin embargo, su uso prolongado y cotidiano puede ocasionar una serie de problemas para la salud de los pies y del sistema musculoesquelético en general. Aunque a primera vista parezcan inofensivas y cómodas, las chanclas carecen de soporte estructural adecuado, lo que repercute en múltiples áreas del cuerpo.
Falta de soporte y estabilidad
Las chanclas se caracterizan por tener una suela delgada y plana, generalmente de goma o materiales sintéticos poco firmes. Esto implica que no ofrecen soporte para el arco plantar ni amortiguación suficiente al caminar. La falta de estabilidad hace que los músculos y ligamentos del pie trabajen en exceso para compensar, lo cual puede producir dolor e inflamación.
A diferencia de un zapato deportivo o un calzado ortopédico, las chanclas no cuentan con refuerzos en la zona del talón, ni con plantillas diseñadas para absorber el impacto, lo que incrementa el riesgo de lesiones en personas con pies planos, arcos muy pronunciados o antecedentes de fascitis plantar.
Riesgo de fascitis plantar
La fascitis plantar es una inflamación del tejido que recubre la planta del pie y que conecta el talón con los dedos. Este trastorno suele manifestarse con dolor intenso en el talón, especialmente al levantarse por la mañana o después de caminar distancias largas.
El uso constante de chanclas puede favorecer la aparición de esta patología debido a la tensión repetida que generan en el arco plantar. La ausencia de sujeción adecuada obliga a los músculos a realizar un sobreesfuerzo, desencadenando microlesiones en la fascia.
Alteraciones en la postura y la marcha
Al caminar con chanclas, el pie no se mantiene firme dentro del calzado. Esto obliga a los dedos, en especial al primero y segundo, a realizar una flexión continua para evitar que la sandalia se deslice. Esta forma de caminar, llamada “marcha en garra”, altera la biomecánica natural y provoca una distribución anómala de las cargas en el pie.
Con el tiempo, estas modificaciones posturales pueden extenderse a otras estructuras del cuerpo. Es frecuente que aparezcan molestias en tobillos, rodillas, caderas e incluso en la zona lumbar, debido a la compensación que realiza la musculatura.
Mayor propensión a lesiones y traumatismos
Otro aspecto negativo de las chanclas es su escasa protección. Al dejar expuestos los dedos y gran parte del pie, aumentan el riesgo de sufrir cortes, raspones, fracturas de falanges y esguinces. Asimismo, la suela delgada no amortigua adecuadamente los impactos, lo que facilita la aparición de microfracturas por estrés en personas que las usan de manera habitual en superficies duras como el asfalto o el cemento.
En entornos húmedos como playas, piscinas y vestuarios, también incrementan la posibilidad de resbalones y caídas debido a su poca adherencia.
Problemas en la piel y uñas
El roce constante de las tiras de goma sobre la piel, especialmente entre el primer y segundo dedo, puede ocasionar irritaciones, ampollas y callosidades. Además, la exposición continua del pie a ambientes públicos aumenta el riesgo de infecciones fúngicas como el pie de atleta o la onicomicosis (hongos en las uñas).
En climas muy soleados, el uso prolongado también puede favorecer quemaduras solares en la piel expuesta del pie, un detalle que muchas veces pasa desapercibido.
Cuándo y cómo usarlas de manera segura
Aunque el mensaje principal es limitar el uso de chanclas, no significa que deban eliminarse por completo. Son útiles y recomendables en ciertas situaciones, como en duchas públicas, piscinas o playas, donde sirven de barrera contra hongos y bacterias.
Sin embargo, no deberían utilizarse como calzado de uso diario ni para caminar largas distancias. En caso de preferir este tipo de sandalias, lo ideal es optar por modelos que incluyan plantillas anatómicas, arcos de soporte y tiras ajustables que mejoren la sujeción del pie.
En definitiva, las chanclas, pese a su popularidad y comodidad aparente, no son un calzado adecuado para un uso prolongado. Su diseño básico carece de soporte, estabilidad y protección, lo que puede derivar en problemas como fascitis plantar, alteraciones de la marcha, dolor musculoesquelético y mayor riesgo de traumatismos e infecciones.
Su empleo debe limitarse a situaciones específicas y, siempre que sea posible, complementarse con un calzado que ofrezca un soporte adecuado para preservar la salud de los pies y de todo el sistema locomotor.
Traumatología